Las horas finales de Muamar el Gadafi en un tubo de desagüe y sus últimas palabras: “¿Por qué me están haciendo esto a mí?”

Las horas finales de Muamar el Gadafi en un tubo de desagüe y sus últimas palabras: “¿Por qué me están haciendo esto a mí?”

Había nacido pobre: era el beduino que había conquistado el mundo. Tenía el dinero, tenía petróleo, buscó entonces armas nucleares. Lo de conquistar el mundo no era una metáfora (Monica Morgan/WireImage)

 

No se sabe de manera exacta cómo murió. Están esos videos parkinsonianos, parciales e imprecisos y decenas de testimonios contradictorios. Se dice que un guardia personal al ver cómo era vejado, para interrumpir su sufrimiento, sacó un arma y le disparó en la cabeza. Otros afirman que murió en medio del linchamiento. Otros que fue por asfixia. Tras presiones internacionales, a las nuevas autoridades libias no les quedó más salida que la de ordenar una autopsia. Pero los resultados completos nunca fueron dados a conocer. Sus últimas palabras -dicen- habrían sido: “¿Por qué me están haciendo esto a mí?”.

Por infobae.com

Era el Líder. Lo habían encontrado. Por fin lo tenían delante de ellos. Había salido de un tubo de desagüe enorme en medio de una zona desértica. A la corresponsal de Reuters, un joven miliciano le dijo “nos definió como ratas, pero mirá dónde lo encontramos” mientras señalaba las tuberías. Había sangre en distintas partes de su ropa. Mucha sangre. Estaba despeinado y se movía lento. Le costaba dar cada paso, el dolor se traslucía en los gestos. Trataba de enderezarse, de simular autoridad, de recuperar una dignidad que ya había perdido definitivamente. Se escuchaban gritos y el sonido nervioso de las armas martillándose. Unos minutos antes, apenas había asomado su cabeza hubo un instante de quietud. Aunque el centenar de hombres que rodeaba el tubo sabía quién se escondía dentro, los abrumó la perplejidad.

No había un plan. No lo necesitaban. Todos sabían que esa historia iba a terminar mal para el prisionero. El primero en reaccionar fue un oficial que lo tomó de un brazo y lo obligó a caminar hacia un camión. El hombre herido se impulsó más por los empujones y tironeos del oficial que por sus propias fuerzas. De atrás surgió un joven. La imagen, en la filmación nerviosa de un celular cercano, pasó rápido y confusa. Pero los medios se tomaron el trabajo durante los días siguientes de deconstruir la escena, de fragmentarla cuadro por cuadro.

Muammar el Gadafi, el hombre fuerte de Libia durante 42 años, era empalado mientras caminaba hacia la muerte.

El que lo atacó por detrás lo sodomizó con una especie de bayoneta que atraviesa los pantalones color caqui. La sangre se diseminó por la tela. Corte a otro video. En los ojos de Gadafi había terror, ya no quedaba nada del hombre seguro y arrogante, de la mirada fría y la sonrisa tenue llena de sarcasmo. Los tenía abiertos. Parecía comprender que todo se había acabado. La turba gritaba a su alrededor. Le pegaban, su torso cimbreaba entre las trompadas y los culatazos. Otro corte, otro video tomado con un móvil. No pareció haber pasado demasiado tiempo, tal vez no transcurrió ni un par de minutos. El cuerpo estaba sin camisa, tirado en la parte de atrás de un camión, un balazo coronaraba la frente, la sangre cubría parte de la cara y del pecho, el pelo continuaba despeinado, los ojos seguían abiertos pero sin mirar a ninguna parte. Alrededor los hombres gritaban, celebraban, disparaban al aire.

El 20 de octubre de 2011, miembros del Consejo Nacional de Transición, las fuerzas que habían derrocado al régimen, mataron a Gadafi en Sirte, una localidad desértica libia, el lugar dónde había nacido 69 años antes. La Primavera Árabe también logró terminar con el régimen libio que llevaba 42 años de antigüedad. Desde principios de febrero de 2011 se habían producido levantamientos y derrotas de las fuerzas leales a Gadafi. Al principio, él subestimó la situación. Creyó que como tantas otras veces saldría airoso. Pero los tiempos habían cambiado. Cuando tomó conciencia de la gravedad ya era tarde. No tenía dónde escapar. Nadie le daría refugio en el exterior. Él, por otra parte, todavía confiaba en mantener el poder. Pero leyó mal las señales, no comprendió el cambio de época. En agosto cayó Trípoli, la capital del país. A partir de ese momento sólo le quedó escapar. Se refugió en su ciudad natal. El día de su muerte se trasladaba en un convoy integrado por varias decenas de autos. Iban uno de sus hijos, algún jefe militar que permanecía leal, guardias y soldados. Desde el aire fueron atacados por fuerzas de la OTAN. Hubo muertos y la caravana se desarmó, cada cual intentó refugiarse dónde pudo. Alguien se dio cuenta que en eso tubos de desagüe se escondían los Gadafi, padre e hijo. Le dispararon y lo hirieron. Luego la orden de que saliera del escondite.

Muamar Gadafi nació en Sirte, parte de Libia que en ese momento, en 1942, se encontraba bajo dominio italiano. Su infancia fue muy pobre. En medio del desierto su familia pasó muchas necesidades. La vida de beduino era muy sacrificada y llena de privaciones, en medio de un país en que la pobreza era extrema. Gadafi de muy joven se volcó hacia el nacionalismo árabe. Ingresó al ejército e hizo una carrera fulgurante. En 1969 la tensión social era extrema. Un movimiento de jóvenes oficiales derrocó al Rey Idris I. Gadafi asumió el poder. Durante los primeros años las condiciones de vida de los libios mejoraron. Gadafi fue construyendo poder. El precio del petróleo estaba en alza. Se estima que ingresaban alrededor de mil millones de dólares semanales por las ventas. Gadafi modificó la forma de gobierno y dijo darle participación al pueblo a través de múltiples consejos. Pero las decisiones finales las tomaba él. Se vendía como un líder socialista y justiciero, destinado, o predestinado según su propia visión, a cambiar la naturaleza socioeconómica y política de Libia.

Escribió El Libro Verde. Citas y párrafos del manifiesto se encontraban en grandes carteles en las calles o en murales en las oficinas públicas. El culto a la personalidad de líder se manifestaba también en las estatuas públicas de Gadafi y en las fotos y pinturas con su retrato que colgaban en la gran mayoría de las paredes libias. Sus discursos -eternos, enfáticos, dispersos, repletos de digresiones, ataques a sus enemigos y de afirmaciones contundentes- se propalaban por las calles y hasta en las cárceles varias horas al día.

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