Asesinaba con “el golpe del legionario”, violaba los cadáveres y confesó el crimen de 48 personas

Asesinaba con “el golpe del legionario”, violaba los cadáveres y confesó el crimen de 48 personas

A Manuel Delgado Villegas sólo se le pudieron probar siete crímenes de los tantos que cometió entre 1964 y 1971

 

Así es mejor porque no habla”, respondió Manuel Delgado Villegas (a) “El Arropiero”, cuando el inspector Salvador Ortega le preguntó, sin poder evitar el horror, por qué había regresado durante tres días al descampado para violar a la muerta.

Por infobae.com





Corrían los últimos días de enero de 1971 y el policía Ortega no sabía todavía que había capturado al mayor asesino en serie de la historia criminal de España. En ese momento, Delgado Villegas -que de inmediato mostró ser hombre corto de entendederas- solo estaba acusado de asfixiar a Antonia Rodríguez, una discapacitada mental de 38 años a la que se conocía como su novia. Y de violarla por lo menos tres veces después de muerta.

Sospechoso precisamente por ser conocido como el novio de “Toñi”, como todos llamaban a la víctima, “El Arropiero” intentó primero esquivar la acusación diciendo que, cuando la mujer había sido asesinada, él estaba en el cine y mostró una entrada.

La coartada se le cayó enseguida. Primero porque solo el asesino podía saber cuándo habían matado a “Toñi”, y segundo porque cuando el inspector Ortega le pidió que le contara la película que decía haber visto demostró no tener idea de qué se trataba.

Cuando vio que no tenía escapatoria, confesó con lujo de detalles por qué y cómo la había asesinado entre los pastos del potrero de Puerto Santa María, Cádiz.

Contó que la tarde del 18 de enero la pasó a recoger en moto a su casa del Puerto y la llevó en moto hasta el potrero, donde tuvieron sexo. Que hasta ahí todo iba bien, pero que de pronto “Toñi” le pidió cambiar de posición y que eso lo enfureció, porque pensó que en esa posición había tenido relaciones con otros hombres. Que por eso la mató, asfixiándola con su remera y se fue, pero que después volvió tres veces en los días siguientes.

“Claro que volví a hacer el amor con ella, tres días seguidos. Y me tocaba otra vez hoy, si no es por ustedes. ¿No era mi novia? Viva o muerta, era mía. Estaba tan guapa”, le dijo al inspector Ortega.

Cuando pudo vencer la náusea que amenazaba con hacerlo vomitar, el inspector Ortega pensó que el caso estaba resuelto y que solo le quedaba poner al asesino a disposición de la justicia para olvidarse de él, si podía.

No pudo: Delgado Villegas le dijo que quería seguir hablando, porque “Toñi” no era su única muerte, que durante años había matado personas y que sumaban 48, entre hombres y mujeres, si los cálculos no le fallaban porque le costaba hacer las cuentas.

Se abrió así una de las mayores investigaciones criminales de España, en la cual la policía sólo encontró a 22 de las víctimas y pudo probar la autoría de Manuel Delgado Villegas -español, de 28 años- en apenas siete.

“Arropiero”, por el arrope

Según los documentos que portaba, Villegas Delgado había nacido en Sevilla el 25 de enero de 1943, en un parto durante el cual había muerto su madre. Lo crió su padre, vendedor de golosinas de arrope, lo que le valió desde chico que lo conocieran como “El Arropiero”.

No sabía leer ni escribir, en parte por su bajo cociente intelectual, pero también porque su padre -que tenía la costumbre de golpearlo diariamente- no lo mandó a la escuela.

Quizás para escapar de ese infierno, cuando cumplió 18 años se alistó en la Legión Extranjera, donde lo único que aprendió bien fue a manejar armas y a dar “el golpe del legionario”, un impacto seco con el canto de la mano en el cuello de las víctimas, método que luego utilizó en varios de sus crímenes.

El paso por la Legión no ayudó a socializarlo sino todo lo contrario. Volvió violento y agresivo, con un plus que empeoraba todo: había aprendido a matar.

Después de la baja no quiso volver a la casa paterna y empezó a llevar una vida nómada por España y otros países europeos, durante la cual se hizo adicto a las drogas. Para sobrevivir vendía su sangre en hospitales privados y ejercía la prostitución, tanto con hombre como con mujeres.

Para esta última ocupación -según los informes médicos que la justicia española pidió luego de su detención- lo ayudaba su anaspermatismo o ausencia de eyaculación, que le permitía prolongados coitos sin perder la erección.

El perfil del criminal que los especialistas le ofrecieron a la justicia se sintetizaba así: “El Arropiero” era un sujeto dominado por un sentimiento de inferioridad cuyos episodios de violencia eran desatados por una mezcla de impulsos sexuales desenfrenados, ira al sentirse menospreciado por su retraso mental y una percepción de la realidad completamente trastocada.

Todo eso lo llevó a matar.

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