Fernando Álvarez Paz: temple de gran guerrero, por León Sarcos

Fernando Álvarez Paz: temple de gran guerrero, por León Sarcos

Fernando Álvarez Paz

 

 

A Aura Tarazón de Álvarez





¡Hey!, ¡hey! esto que está diciendo el Pollo Carvajal es ¡graaaavísimo!; y para la oposición, ¡importantíiisimo! A Fernando Álvarez Paz era fácil reconocerle la entrada en un dialogo, en una clase o en un discurso político. Una de sus peculiares formas de comunicarse —como solo un buen político sabe hacerlo— tenía su gancho para capturar la atención en la utilización de adjetivos en forma superlativa, con lo que el oyente, el salón de clase o el auditorio rápidamente centraba su atención en lo que quería decir. Más aún si esa introducción iba acompañada de la química calurosa, una singular simpatía y la consistencia para enganchar a seguidores y admiradores de ambos géneros que le ganaron muchos aplausos, reconocimientos y amigos incondicionales. 

Fernando tuvo un desempeño multifacético como hombre público. Fue dirigente político a tiempo completo en las filas de AD, donde militó hasta la división encabezada por el Maestro Prieto y Jesús Ángel Paz Galarraga, que dio paso a la fundación del Movimiento Electoral del Pueblo (1967), del cual fue Secretario de Organización y Secretario General en el Zulia; Secretario político de Gente Emergente; profesor emérito de la facultad de Ciencias Económicas y Sociales de LUZ; articulista por muchos años del Diario Panorama, Presidente de la revista de economía Metas; Diputado a la asamblea Legislativa y al Congreso Nacional por varios periodos; presidente del Banco Industrial y Director del programa de opinión Protagonistas.

Fue un buen hijo de los jesuitas y del colegio Gonzaga, de donde salió bachiller. Siento que de los miles de graduados que han pasado por ese colegio, si alguien exhibió con decoro la pertenencia y el ideal contenido en la misión de esa institución educativa de la Compañía de Jesús, inspirada en los valores del Evangelio, fue él: justicia, fraternidad y paz, inspirada en la espiritualidad ignaciana, en busca de la excelencia humana. Siempre del lado de los más necesitados para propiciar una sociedad basada en el servicio a los demás. 

Hizo de la lucha política y del servicio público, desde muy joven, un apostolado, donde nunca había descanso ni tiempo para abandonarse. Luego complementaría su formación académica en La Universidad del Zulia (LUZ) y después haría un post Grado en Teoría Económica y Desarrollo en la Universidad de Michigan, en Estados Unidos, que le permitió ser profesor estrella en Economía Política, donde, como parte de la primera promoción de Estudios Generales, sería mi profesor.

Su pasión de juventud y hasta el último día: el béisbol de grandes ligas. Fue fanático de los Yankees y admirador de Luis Aparicio Junior; su devoción era tal que en ocasiones afirmaba que jugadores como Aparicio hacían que el béisbol pudiera considerarse un arte. Sintió vocación por ese deporte, en el cual destacaba como primera base. De él me contaba su hermana menor que llegó a ser un extraordinario prospecto, al punto que cuando regresaba de celebrar una de sus hazañas cotidianas le decía a Doña Hilda, levantando la mano enguantada: Mamá, ese guante que veis aquí no solo va a pagar todas tus deudas, sino que te va dar muchas satisfacciones en la vida.

Pero fue más fuerte la vocación política, donde destacó muy pronto como dirigente juvenil de Acción Democrática, del cual su tío, el Dr. Jesús Ángel Paz Galarraga, sería secretario general durante los años más difíciles en la dura batalla por la instauración de la democracia. Su hermano Oswaldo era dirigente de Copei, pero nunca rivalizaron: siempre se toleraron y respetaron gracias a unos códigos de hierro que pautó la verdadera jefa y matrona de la familia.

Si algún atributo personal podía exhibir Fernando de forma natural fue la autenticidad. No rebuscaba argumentos, no se adornaba, le gustaba ir al grano y mostrarse tal y como lo sentía, como en realidad era, muy directo. No simulaba y le era muy fácil precisar a quien lo hacía. Era de esos guerreros que no se dan tregua a sí mismos ni se la dan al adversario o al enemigo. Me tocó llevar a cabo con él dos proyectos y en los dos se mostró un compañero integro, de una aguda inteligencia y de una condición humana excepcional. Un compañero único en viajes de aventura, como el que hicimos las dos familias a la Alta Goajira a principios de los 80. 

Hay dos virtudes más que estoy obligado a mencionar: la primera es su condición de hijo amantísimo de su madre, Hilda Paz de Álvarez. Para ella siempre fue su querido blondo y él, como buen canceriano, era fiel a su signo. Doña Hilda tenía, más allá de lo convencional, una gran relevancia en su vida. La otra virtud es la trascendencia que tenía para él la amistad; sabía darse y hacerse querer; era leal como nadie y de una constancia y una consecuencia a toda prueba.

Fernando me ayudó a confirmar dos cosas en la vida. La primera, ya aprendida de mis tíos por parte materna en la Goajira, después de una disputa con un representante de la autoridad que pretendía pasar por sobre mis derechos ciudadanos: Recuerda que tú puedes ser un hombre muy educado y hasta tener sensibilidad de poeta, pero cuando se trata de defender tus derechos, si tienes que matarte con alguien, debes hacerlo por honor. Debes combinar la sensibilidad con el coraje; si no, todos te pasan por encima. La segunda: Una de las virtudes más grandes de un ser humano es la solidaridad; en Fernando era casi una necesidad tenderle la mano al que estaba en aprietos. Su capacidad de desprendimiento era única y puedo decir que si en un ser humano nunca vi un gesto de mezquindad, menos aún de envidia, fue en Fernando Álvarez Paz.  

Fernando fue un hombre casado con la política y con Aura Tarazón, Chilín; solo para ella y para la política vivió el mayor de los Álvarez Paz. Había contraído matrimonio muy joven y de esa relación con la señora Guadalupe Atencio nació el primogénito, Luis Fernando Álvarez Atencio, su hijo mayor, economista egresado de LUZ. Con la psicóloga Aura Tarazón, el gran amor de su vida, tendría a Sol Álvarez Tarazón, de profesión psicólogo; Natalí Álvarez Tarazón, oftalmólogo y médico cirujano; y Joel, estudiante.

Sé que su familia, al igual que todos los amigos que lo quisimos, conmocionados por su repentina partida, nos sentimos orgullosos de Fernando y de lo que hizo de su vida. Fueron casi 80 años, desde su nacimiento el 8 de julio de 1941, en la Calle Padilla de la Parroquia Santa Lucía, vividos intensamente, sin pausas, para amar, vivir y luchar. Sé que hasta el final estuvo feliz consigo mismo y con todos los suyos y enamorado de su familia, de sus convicciones y de su certeza de que el mañana será promisorio, de esperanza, progreso y vuelta a la democracia, a la libertad, a la sonrisa. Fernando fue un guerrero a tiempo completo; lucía vikingo por su temple y fortaleza. El Zulia pierde a uno de sus más tenaces y aguerridos combatientes. Maracaibo llora la partida de uno de sus hijos más nobles. La historia del Zulia le abrió una página para que la escribiera. Fernando Álvarez Paz no la dejó en blanco. 

León Sarcos, noviembre 2021