La biohacker que se implantó más de 50 chips en su cuerpo para convertirse en cyborg

Lepht Anonymous es una de las biohackers y grinders más conocidas del movimiento transhumanista, porque practica cirugías en su cuerpo sin usar anestesia en las que se implanta chips para convertirse en cyborg. Foto: Captura de youtube Voxis Productions.

 

¿Cuál será el siguiente paso de la evolución humana? Una pregunta que seguramente ronda en la cabeza de muchos científicos de la actualidad pero que posiblemente nos haya abordado alguna vez. No en vano estamos bombardeados con constantes avances tecnológicos y utopías o distopías futuristas que plagan la cultura popular en forma de películas, series de televisión, novelas o juegos de video.

Por Infobae





Pero hay ciertas personas que se toman un poco más en serio esta pregunta y están dispuestos a experimentar con sus propios cuerpos para probar las barreras de la funcionalidad de esta máquina que llamamos cuerpo humano, son biohackers, transhumanistas, “grinders”, personas que en últimas quieren trascender la experiencia humana y acercarse más a la idea de convertirse en un cyborg… como Lepht.

Lepht es “una hacker británica de wetware sin rostro o género, sin dioses o dinero, a la que le gusta la gente, la ciencia y el transhumanismo práctico”, o al menos así se autodefine en la biografía de su blog Sapiens Anonym, donde comparte sus experiencias y transformaciones para convertirse en un cyborg.

Ella se ha practicado más de 50 cirugías, sea por cuenta propia o con ayuda de otros “transhumanistas prácticos” como ella, para implantar chips en su cuerpo y hacerle a este modificaciones usando la tecnología que le permitan mejorar o “hackear” algunas funciones por fuera de lo normal.

Pero para poder contar su historia y la de otras personas como ella que ven en la tecnología la siguiente frontera de la evolución humana y quieren contribuir a que la alcancemos más rápido, primero debemos entender algunos conceptos claves.

¿Biohacking? ¿Wetware? ¿Transhumanismo? ¿Grinders?

Aunque todos estos términos puedan dejarte confundido o causar de entrada un tremendo dolor de cabeza, convengamos en que en primer lugar no son nada nuevos y, aunque no los tengas en tu diccionario personal, tal vez, estés practicando o viviendo bajo alguna de las ideas que los soportan.

Comencemos por el wetware, un término usado para describir la encarnación de conceptos de la construcción física conocida como sistema nervioso central a la construcción mental conocida como mente humana. ¿Qué? Calma. Más simple: el wetware es una abstracción de dos partes de un humano vistas desde los conceptos informáticos de hardware y software.

Osea que, si un hacker normal es alguien que modifica un sistema (software) para usarlo de formas no pensadas por sus creadores, un biohacker es quien buscaría modificar en formas impensadas un sistema integrado humano, el cuerpo.

Y modificar el cuerpo se puede hacer de muchas maneras, como por ejemplo, ayunando de forma intermitente o bebiendo “jugo de sal” o “vinagre de manzana” todas las mañanas para mejorar el metabolismo.

Sí, el “biohacking” es un término extremadamente amplio que puede cubrir muchas actividades, desde realizar experimentos científicos en levaduras u otros organismos, rastrear su propio sueño y dieta, o hasta cambiar su propia biología al bombear la sangre de una persona más joven en sus venas con la esperanza de que combata el envejecimiento (esto es más frecuente de lo que creen en Silicon Valley).

Podría catalogarse como “biohacking” los tratamientos criogénicos o termogénicos a los que se someten los deportistas de alto rendimiento para acelerar la recuperación natural del cuerpo después de una intensa actividad física. O los tratamientos similares que buscan detener el envejecimiento. En este sentido Michael Jackson, y toda su transformación física entraría en la categoría de “biohacking”, pero también el extremo cuidado que Cristiano Ronaldo tiene con su cuerpo.

Otro popular y conocidísimo “biohacker” sería Elon Musk, quien, sin embargo, está dentro de una vertiente de esta tendencia que quiere llevar las cosas mucho más lejos.

Musk, el excéntrico multimillonario de moda, cree tener en Neuralink, una de sus empresas tecnológicas, la clave del futuro. Por algo está utilizando sus millones para desarrollar chips implantables en el cerebro y asegurar “el futuro de la humanidad como una civilización”.

Los chips de Neuralink prometen reemplazar las funciones cerebrales comprometidas por traumas o enfermedades neurodegenerativas, ayudando a las personas a, por ejemplo, guardar sus memorias de tal manera que puedan acceder a ellas a placer. Aunque puede parecer algo sacado de un capítulo de Black Mirror o la futura cura para el Alzheimer, lo cierto es que los avances conocidos de la compañía hasta ahora se limitan a un mono con un chip en el cerebro jugando videojuegos. Bastante interesante si me preguntan a mí.

 

Neil Harbisson, fue la primera persona en implantarse una antena en el cerebro y ser reconocido oficialmente por el gobierno como un cyborg.

 

Cuando hablamos de usar la tecnología para literalmente hacerle mejoras al cuerpo estamos entrando al terreno del “transhumanismo”, un término definido en 1990 por el filósofo británico Maz Moore

“Los transhumanistas buscan la continuación y aceleración de la evolución de la vida inteligente más allá de su forma humana actual y sus limitaciones por medio de la ciencia y la tecnología, guiados por principios y valores de la promoción de la vida”, dijo entonces Moore.

Dentro de esta categoría caben quienes deciden tomar acción por su propia cuenta en la búsqueda de la trascendencia humana, ellos se denominan “transhumanistas activos”, porque están dispuestos a experimentar con su propio cuerpo, implantando chips o elementos tecnológicos similares con miras a mejorar funciones humanas, o a agregar “características”, que naturalmente no poseemos.

En esta categoría entran los llamados “grinders”, quienes se perciben a sí mismos como cyborgs, un híbrido entre humano y máquina, el eslabón intermedio de esta evolución.

Aquí caben, por ejemplo, el Dr Kevin Warwick, conocido como “Capitán Cyborg”, que desde los años 90 está implantando todo tipo de electrónicos en su cuerpo, o Neil Harbisson, artista y activista cyborg (también británico) que fue la primera persona en implantarse una antena en el cerebro y ser reconocido oficialmente por el gobierno como un cyborg.

Entre los grinders también cabe Lepht, nuestra protagonista.

50 implantes y contando

El primer implante quirúrgico que se hizo Lepht tuvo lugar en 2007, lo hizo comprando un chip digital y un lector por internet, además de unos instrumentos médicos que la ayudaran con el procedimiento.

No lo hizo completamente sola, se apoyó de una amiga que estudiaba medicina y que le hizo la incisión, ella luego insertó el chip.

Desde entonces no ha parado, continuando con las cirugías e implantaciones hasta superar las 50, probando todo tipo de aparatos y testeando con ellos los límites de la ciencia y de su propia humanidad.

Una de las razones de su notoriedad entre la comunidad biohacker es que la mayoría de sus cirugías la ha practicado ella misma y sin usar ningún tipo de anestésico. Al no tener un título médico, no puede acceder a ellos, así que literalmente somete su cuerpo a intensas cargas de dolor para lograr sus modificaciones.

Gracias a esto, Lepht se ha convertido en una figura que divide el movimiento transhumanista, con algunos llamándola una “irresponsable” mientras que otros la consideran una pionera y alguien que genuinamente está llevando el ‘ethos’ del cyberpunk a la vida. Así, ha ganado un importante culto de seguidores online, e incluso inspiró una novela gráfica en la que es la protagonista.

En su blog escribe que es consciente de los riesgos que puede correr, pues ni ella ni muchos otros “grinders” son expertos médicos o cirujanos (hay algunos que sí), pero más que motivar a otras personas a tomar el mismo riesgo, lo que pretende es ser ella una especie de conejillo de indias para la humanidad.

Cada implante es un avance, incluso cada fallo deja un aprendizaje, aprendizaje que está a la disposición de toda la comunidad grinder y biohacker, y por qué no, de la científica, para saber qué funciona y qué no, y con eso empujar la evolución.

La lógica detrás de esto es simple: si partimos de la idea de que fusionarnos con la tecnología es la siguiente frontera, entonces el mundo se divide entre quienes esperan sentados a que esto ocurra, y entre los que están dispuestos a acelerar el proceso. Así eso signifique abrir su propia piel y meterse cosas adentro, lo que puede llegar a ser muy doloroso y peligroso.

En el caso de Lepht, sus implantes han sido de todo tipo. Como unos imanes que se metió en los dedos para adquirir un sentido extra.

Estos imanes se pueden activar con pequeñas bobinas de cable conectadas a sensores externos como ultrasonidos o infrarrojos, lo cual le permite “sentir” la distancia entre sus dedos y los objetos o el calor distante.

Otro implante le permite cargar en su piel su tarjeta de crédito, pues se implantó un chip que puede ser leído por cualquier lector de tarjetas, pagando por cosas sin necesidad de sacar un plástico.

O, por ejemplo, cargarle información y usarla como una memoria de almacenamiento USB. ¿Sorprendente no?

Un experimento fallido

Uno de los implantes más recientes que se hizo Lepht fue en 2019 durante el GrinderFest, un evento/conferencia realizado todos los años en California (Estados Unidos) en el que se reúnen biohackers de todo el mundo, sobre todo los interesados en el transhumanismo activo o “body aumenters”, como también se hacen llamar.

Ella lo describe como el “gran prototipo” o un “dispositivo experimental” y consistió en una “caja pirata”, es decir, un diminuto chip que tiene almacenamiento USB y antena wifi.

“Los usuarios simplemente se conectan a él a través de su teléfono o PC y pueden descargar/cargar archivos, chatear de forma anónima, etc”, escribe Lepth.

Para el procedimiento, ella y sus amigos a quienes llama por pseudónimos modificaron la “caja pirata” para poderla implantar.

Le quitaron la tapa, la desmantelaron, removieron cualquier componente extraño, reemplazaron la batería con una bobina de carga inalámbrica, soldaron el almacenamiento USB y limaron las esquinas.

“Porque sacamos la batería, el dispositivo ahora se opera mediante el uso de una plataforma de carga inalámbrica sostenida cerca de él en la piel; eso no es ideal, pero es un prototipo después de todo”, explica la biohacker ucraniana.

Después lo cubrieron con cien capas de un material de resina “patentado” por un amigo que llama Cass, para “bioproteger el dispositivo” y finalmente estuvo listo para la instalación.

La operación la hicieron en el laboratorio de Cass, un lugar que describe cómo “espacioso, fácil de limpiar y equipado con cualquier equipo o suministros que se puedan desear para un proyecto de biohacking”.

“Decidimos colocar el dispositivo en la parte superior del brazo derecho, en lugar de en el muslo, como estaba previsto, debido a la preocupación por las rozaduras. Luego inyectamos una gran cantidad de lidocaína (anestésico) e hicimos una incisión horizontal en el brazo, que luego se mantuvo abierto con retractores mientras se tallaba un bolsillo lo suficientemente grande para sostener el dispositivo”, relata Lepht en la entrada del 27 de julio de 2019.

Y continúa: “En algún momento recuerdo que tuvimos que detenernos y poner más lidocaína, creo que porque las esquinas duelen más de lo que pensé”.

Para el 13 de enero del 2020 el experimento se declaró “fallido” en otra entrada del blog. Ahí cuenta que la implantación sucedió concretamente el 19 de mayo de 2019 y que “todo estaba bien” hasta que en diciembre de ese año golpeó el implante contra la puerta de un taxi. “Dolió pero no me preocupó demasiado”.

El brazo se inflamó, enrojeció e irritó, por lo que Lepht llamó al servicio de urgencia y fue al hospital.

“Los médicos del hospital estaban bastante mal y claramente pensaron que esto era algo completamente extraño de haber hecho (…) Insistieron en que se quitara y en este punto se había abierto un agujero en una esquina del dispositivo, a través del cual salía una gran cantidad de sustancia viscosa, así que fui con su opinión y dejé que la sacaran”, cuenta.

De la experiencia le quedó un Año Nuevo en el hospital, una segunda cicatriz “increíble para lucir”, un poco de daño en los nervios de la mano derecha que “con suerte se curará con el tiempo”, pero que le hizo perder la fuerza de agarre en algunos dedos y que le dificulta escribir correctamente

“Entonces, cuento con moraleja: No pongan dispositivos enormes en sus brazos, amigos”, concluye Lepht.

Dos días después de esa entrada está la última actualización del blog en la que resalta “lo que aprendimos del experimento de la caja pirata”.

“Las bobinas de inducción pueden funcionar a través de la piel para alimentar un dispositivo. El revestimiento de resina es bioprotector. Es posible compartir wifi desde el interior de uno mismo. La miniaturización es muy importante. Es difícil trabajar con el paquete de energía, pero funciona bien. Con algo de trabajo, esta puede ser una excelente manera de contrabandear datos. Su función como fuente de datos interesantes llevó a varias personas a cargar y descargar contenido. Las chicas aman las cicatrices”, enumera la biohacker.

La próxima frontera

Es claro que Lepht no es la única biohacker que está experimentando con implantes y que este término, así como el transhumanismo, están tomando fuerza en un mundo cada vez más volcado a la tecnología.

Ya hay hasta un partido político transhumanista que en las elecciones de 2015 tuvo su propio candidato a la presidencia de los Estados Unidos llamado Zoltan Istvan, quien prometía en su plataforma de campaña, avanzar hacia la “vida eterna” a través de la investigación para desarrollar el transhumanismo.

Istvan tiene implantes en sus manos que le permiten abrir las cerradura de sus casas y en medio de la campaña invitaba a quienes escuchaban a pensar en estos implantes como algo “divertido” que le podía solucionar la vida a muchas personas.