¿Se le canta cumpleaños a los muertos? por @ArmandoMartini

¿Se le canta cumpleaños a los muertos? por @ArmandoMartini

Armando Martini Pietri @ArmandoMartini

Se tiene muertos queridos, admirados y respetados para recordar. Hablamos en superlativo, destacando lo bueno que fueron en vida, sus consejos y acertado aunque no lo hayan sido tanto, de sus decisiones y acciones. Cuando se llevan en el corazón y memoria, es que hacen falta, provocan un vacío en el afecto, incluso se sobreestiman las que fueron cualidades y disminuimos defectos, pero los reverenciamos, recordamos, extrañamos, nos expresamos con cariño, pero no les cantamos; conmemoramos su fecha aniversario, pero jamás entonamos el cumpleaños feliz. Solfear “happy birthday to you” aunque sea en español, suena a pavoso y no faltará algo o alguien que se caiga.

Aniversario del fallecimiento, día de remembranza, onomástico de la expiración de un ser querido, provoca emociones, tristeza, ansiedad, temor, desesperanza, irracionalidad y en casos, demencia. Cuando el muerto, es importante, los discursos se preparan para no exagerar demasiado, elevarlos ante los demás sin quedar en ridículo. La ridiculez es humana y hay que cuidarse de ella.

De reciente data, se comienza a reemplazar, la conmemoración del nacimiento del extinto por el festejo de su cumpleaños como si de una persona viva se tratara; violentando la racionalidad.

Aunque el difunto permanezca “vivo” en la memoria de sus deudos, ocurre con cualquier perecido, por ilustre y recordado que sea, cuando celebramos el momento de su nacimiento lo que hacemos, es conmemorar un acontecimiento acaecido en esa fecha, pero un “cumpleaños”. Los fenecidos dejan de cumplir años.

Salvo casos raros, excepcionales y lindantes con la esquizofrenia -como el de la mamá de Norman Bates, en Psicosis, o el de Elvis Presley, que el fanatismo exacerbado ciegue al punto de perder la razón y que algunos juran no ha muerto- los vivos no celebran cumpleaños de los fallecidos de la misma forma en que lo hacen con las que aún están entre nosotros.

Sucede con protagonistas fundamentales de la historia, quienes se reconocen como próceres. No es lo mismo rendir homenaje a una figura histórica en el día de su nacimiento que celebrarle su cumpleaños. La fiesta es una celebración de vida. Se festeja haber sumado un año más y apagan velas como símbolo del tiempo transcurrido, acumulado.

La definición de “cumpleaños” que aporta el Diccionario (no distingue entre vivos y muertos), podemos aceptar, a regañadientes, que un difunto pueda cumplir años más allá de la fecha de su deceso. Eso es una cosa y otra diferente desearle al muerto “que los cumpla feliz”. 

Los huesos descansan en cementerios, no precisamente sitio de felicidad y alegría. El alma, solo Dios sabe dónde está. Y lo que es peor, no sabemos si en el mundo de los difuntos, la felicidad es posible (si es un valor o lo contrario); si puede ser objeto de deseo (en el caso de los vivos) o si se trata de una cualidad o estado del alma que se supone sobreentendido e inalterable en quienes han dejado este mundo entre glorias y loores.

De seguir así las cosas, el año que viene, y subsiguientes, no solo habrá deseos explícitos de que el fallecido “la pase chévere, de pinga” en el día de su cumpleaños, sino que habrá torta con velitas, ágape con tequeños, convite de líquido color ambarino, banquete con carne en vara, chinchurria, chorizo y morcilla. ¡Sople, sople con fuerza! gritarán sus infernales, antes de que la tropa alborotada le cante “Dios te bendiga, reine la paz en tu día y que cumplas muchos más”.

De Perogrullo, obviedad que no necesita explicación, un muerto no puede tener cumpleaños, no acumula años de vida. Es una violación de la lógica más elemental desearle que tenga en la tumba ¡Feliz cumpleaños! Y siguiendo esta tergiversación, puede suceder que cuando se acompañe un amigo o familiar al cementerio y obnubilado pueda decir: “Te deseo larga y feliz vida.” Tal vez en este caso se aprecie con mayor nitidez la falacia. Si el error es comprensible en un militante sin necesidad de justificarlo, resulta incomprensible en periodistas y columnistas reconocidos. 

Se debe documentar, escribir con calma, revisar con cuidado; cada palabra cuenta aún con el riesgo, evitable, de ser grandilocuente; y para parecer cariñoso, natural, especialmente en los enredados caminos militares, con la tendencia a la pomposidad, exageradamente adjetivados y con énfasis en las erres como señal de buena vocalización. Hablar bien de un muerto puede ser fácil cuando hay cariño verdadero -que como dice la canción ni se compra ni se vende- y aún más cuando hay respeto.

Cantarle el cumpleaños feliz a quien ya murió es irrespetarlo, tomárselo a chacota, e irrespetarse uno mismo. Nada mejor con unas palabras sobrias de elogio a quien nos precedió en la muerte.

@ArmandoMartini

 

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