Trece casamientos, bigamia y alcoholismo: El perfil oscuro del Gordo y el Flaco, el mejor dúo cómico de la historia

Stan Laurel estuvo en Argentina una temporada en 1915. Al año siguiente, también visitó el país Oliver Hardy

 

Stan Laurel era el flaco, el encargado de pensar los gags. Oliver Hardy era el gordo, el que leía el guión minutos antes de salir a escena. Conformaron, fruto de una casualidad, una dupla insignia en la historia del cine. Sus problemas personales, su vida sexual y la historia del genio que se retiró porque no pudo soportar la muerte de su amigo

Por Infobae





Laurel era el flaco y Hardy, el gordo. Casi un gesto de justicia poética, el protagonismo se alterna según la fórmula que usemos para nombrarnos. Como si fueran esas marquesinas giratorias que algunas vez utilizaron los teatros para eliminar los problemas de cartel. El que aparece primero cuando se les nombra por los apellidos, va segundo en el de los apodos.

El dúo cómico de Stan Laurel y Oliver Hardy es, probablemente, el más perfecto de la historia. Formado de casualidad hace ya casi cien años, marcó uno de los puntos más altos del humor cinematográfico del siglo XX. La historia de ellos tiene momentos de éxitos fulgurantes, y carcajadas y, como casi todas, un final muy triste.

Consiguieron una química tan perfecta y natural que cuando faltó uno, el otro no pudo seguir. No supo cómo hacerlo.

Stan Laurel, el Flaco, nació en Inglaterra en 1890. Su nombre era Arthur Stanley Jefferson y desde muy joven se presentó en espectáculos de variedades. Su capacidad gestual y su habilidad física hacían reír a las audiencias más variadas. Lo suyo no eran los grandes teatros, sino sucuchos sórdidos y audiencias de borrachos y perdidos. Hasta que alguien quedó deslumbrado con su facilidad para hacer reír y le ofreció integrarse a una troupe cómica llamada Fred Karno´s Army. Los mejores y más promisorios talento cómicos de Inglaterra estaban en ese elenco. Karno era empresario teatral y el actor principal de un espectáculo en el que primaba el slapstick y el humor físico. Se dice que Karno fue el inventor (o al menos el gran difusor) del recurso cómico más utilizado en la historia: el tortazo en la cara (recurso que Oliver & Hardy llevarán al paroxismo en The Fight of the Century con una batalla con cientos -o miles- de tortazos).

Laurel y Hardy, los genios del humor que hicieron reír a varias generaciones: filmaron más de cien películas y casi trescientos cortos

 

Pero Karno, debe decirse, tenía un ojo único. El actor principal de su show era un joven llamado Charles Chaplin y Stan Laurel oficiaba de segundo. La troupe viajó a Estados Unidos y allí se separaron. Laurel viajó por todo el mundo haciendo sus números. No se necesitaba conocer el idioma de un país. Estuvo en Argentina una temporada en 1915 (un año después, también lo hizo Oliver Hardy). Después, formó un trío con su primera esposa y otro actor y actuaron en teatros, cabarets y bares por todo Estados Unidos. Hasta que alguien le propuso participar de una película y Laurel, que necesitaba la plata, aceptó sin dudarlo. El cine mudo ganaba terreno y era un buen mercado laboral. Además era la posibilidad de que lo vieran audiencias en distintos lugares de Estados Unidos y así ganar lugar en los que presentarse con su show. Unos años después, luego de actuar en varias de esas películas y cortos, logró que lo dejaran dirigir un proyecto propio. El productor Hal Roach impuso al actor principal. Un cómico rechoncho e ignoto que tenía bajo contrato. Laurel aceptó porque tenía la esperanza de hacerse un nombre como guionista y director; estaba pensando en dejar la actuación. Además había trabajado con ese actor unos años antes en una película aunque no habían compartido demasiadas escenas. Ese actor que parecía un bebe grandote era, claro está, Oliver Hardy.

Norvell Hardy, el Gordo, nació en Estados Unidos en 1892. Era el menor de cinco hermanos. Pertenecía a una familia acomodada que lo envió a los mejores colegios aunque sus rendimientos académicos siempre fueron pobres. Casi no conoció a su padre Oliver, que murió cuando él era muy chico. Como un homenaje, utilizó su nombre en su vida artística. La madre lo envió a estudiar música pero él dejó los claustros para actuar profesionalmente. Su presencia física era imponente y rápidamente se hizo notar.

El inicio de la dupla está contado bajo la forma de leyenda. Mientras preparaban esa película que iba a dirigir Laurel, Oliver Hardy sufrió un accidente bizarro: se quemó un brazo con el aceite en el que se cocinaba una pata de cerdo. Stan Laurel corrió a asistirlo y la escena, que debía ser dramática, se transformó en un delirante e involuntario paso de comedia. Hal Roach, el productor, en vez de preocuparse por el destino de su siguiente película supo que había dado con la dupla que siempre había buscado.

 

Laurey y Hardy filmaron más de cien películas y casi trescientos cortos. Además siguieron actuando en vivo cada vez que pudieron. La conjunción de sus talentos produjo una combustión inmediata. Enseguida encontraron los roles. Uno más inocente y apocado, que produce catástrofes cotidianas a cada paso; el otro, el que parece estar al mando, que parece más inteligente (pero lo es apenas) e igual de catastrófico en su actuar que suele sufrir en su cuerpo las consecuencias de las torpezas de su compañero. Uno con corbata, el otro con moño. Ambos con el característico bombín. Los argumentos podían reducirse casi en uno solo: eran un equipo que como Sísifo batallaban hasta rozar el objetivo y por un acto tonto de alguno de los dos debían volver al punto de inicio.

Sus películas se convirtieron en un éxito mundial. Las audiencias eran tan amplias como era posible. Hombres, mujeres, niños, adultos y ancianos. Algunos rodaban de la risa por los pasillos de los cines inmensos de la época. Esa maquinaria había que alimentarla y ellos filmaban con regularidad sin perder su eficacia cómica. Pero su reinado pareció tambalear gracias al progreso técnico. Mientras todo Hollywood temblaba ante la llegada del sonido y los grandes nombres del cine mudo veían colapsar sus imperios, Laurel y Hardy fueron unos de los pocos -casi los únicos- que hicieron la transición aumentando su suceso. Las Talkies no pudieron con ellos. Los años de escenarios trajinados los ayudaron. El éxito les llegó de grandes. Ya tenían más de treinta años y décadas de oficio encima.

Todo era material cómico para ellos. Lo que en los demás era lugar común, en ellos era encontrar nuevos abordajes a la situaciones de siempre. Music Box en la que durante media hora hacen todo lo que se puede hacer con un piano y su mudanza (otra vez Sísifo). En La Pelea del Siglo con Laurel como boxeador y Hardy como exigente segundo consiguen la pieza más graciosa del cine deportivo.

El dúo cómico nació de un accidente: Hardy se quemó un brazo mientras cocinaba una pata de cerdo, Laurel corrió a asistirlo y la escena, que debía ser dramática, se transformó en un delirante e involuntario paso de comedia

 

Pero si habían conseguido traspasar esa barrera que resultó infranqueable para casi todos que fue la necesidad de que esos actores que hablaban a través de placas tuvieran propia voz, la necesidad de que las películas tuvieran 90 minutos, los complicó. Y el público fue cambiando. O se acostumbró demasiado a la genialidad del dúo, al timing perfecto, al gag inesperado. Tal vez, ellos con su genialidad lo malacostumbraron. Lo cierto es que después de la guerra ya las entradas no se agotaban y los productores (ya separados de Roach, cansados de que él se llevara todas las ganancias) dejaron de llamarlos.

Laurel y Hardy volvieron a las actuaciones en vivo. Un poco por necesidad económica y otro poco porque hacer reír era un pulsión. Ellos se alimentaban de las risas del público. Realizaron varias giras exitosas por Inglaterra cuando ya eran grandes y los problemas de salud los aquejaban (de la última de esas giras se ocupa la biopic entrañable Stan and Ollie, estrenada hace un par de años dirigida por Jan Baird y protagonizada por John Reilly y Steve Coogan).

En esa película hay una escena tomada de la realidad que es profundamente emotiva. Los dos están en un pueblo en Irlanda y de pronto las campanas de la iglesia empiezan a tocar una música muy conocida (en especial para ellos): la inconfundible The Cuckoo´s Dance, la canción característica de sus películas, que luego se transformó en una marca de agua de cualquier pieza cómica. Esa melodía es otra de las marcas registradas del dúo.

Stan Laurel era el genio creativo del grupo. Se encargaba de los guiones, supervisaba a los directores y pensaba la puesta en escena

 

Stan Laurel era el genio creativo del grupo. Él pensaba los argumentos, los gags, la puesta en escena. Quería que cada pieza, que cada chiste y cada situación fuera autónoma, pudiera ser separada del resto y producir gracia por sí sola, y que al mismo tiempo estuvieran integradas a un conjunto.

Oliver Hardy, por su parte, hojeaba el guión un momento antes que las cámaras se encendieran, escuchaba las indicaciones de su amigo y se lanzaba. Nunca fallaba. El ritmo de la comedia venía con él. A Oliver le gustaba la buena comida, el alcohol, el juego y el golf. También las mujeres. Tuve cuatro esposas pero ocho matrimonios. Con la segunda y la tercera reincidió (y fracasó) tres veces. Stan Laurel se casó cinco veces.

Stan se casó muy joven con una chica que trabajaba con él en uno de los shows de varieté. Pero el matrimonio duró poco. Vivir de noche no ayuda a ninguna pareja. Esa dinámica de enamoramiento y desilusión veloz fue la que dominó todas sus parejas. Las tentaciones nocturnas, las compañeros de trabajo con poca ropa, las confesiones de madrugada, los tiempos muertos en el camarín, el alcohol. Laurel vivió una excepción en esa espiral de bodas y divorcios. Con Lois tuvieron una hija y un hijo. Pero este nació prematuro y murió a los pocos días. La pareja nunca pudo superar ese golpe. A Stan hasta lo acusaron de bígamo, porque en la transición entre una pareja y otra no había terminado las formalidades de la disolución del vínculo anterior.

Hardy por su parte era un reincidente. Se volvía a casar con las mujeres de las que se había divorciado. Lo echaban pero lo volvían a aceptar. A veces la culpa era de la cantidad de alcohol que consumía, pero en alguna ocasión la que tuvo problemas con la bebida fue una de sus esposas. Los dos cómicos se dedicaron a su carrera y a su público y descuidaron su vida personal y familiar. A ambos sus últimas esposas los cuidaron en sus largas convalecencias -de años- finales. El amor que les fue esquivo lo encontraron en el tramo postrero de sus días.

Casi no aparecieron en televisión. Era un medio muy nuevo y ellos no lo entendían. Seguían prefiriendo el cine, pese a que su última película, de 1951, había sido un fracaso y la adrenalina del teatro y las plateas llenas. Sin embargo una aparición sorpresiva en un programa norteamericano reavivó el interés del público que recordó lo graciosos que eran. El hijo de Hal Roach intentó producir una serie con ellos. Dos canales se mostraron interesados pero el proyecto no siguió adelante por la frágil salud de los cómicos. La paradoja es que varias generaciones los conocieron por la repetición de sus creaciones en la TV.

Oliver Hardy con su bigote, bombín y corbata característicos. Lo llamaban Babe porque parecía un bebe grande

 

En 1956, los problemas físicos de Hardy eran recurrentes. Su obesidad había aumentado. Le costaba caminar, los dolores en las piernas lo atormentaban. Inició una dieta estricta que lo hizo bajar de peso. Pero no fue suficiente. Primero sufrió un accidente cerebrovascular que le afectó momentáneamente el habla. Ese sólo fue el primer aviso. Luego se sucedieron diversos problemas coronarios (con algunos infartos incluidos) y un último ACV que le dejó medio cuerpo inmovilizado. Postrado recibió el cuidado de su última esposa y de su compañero de toda la vida que le envió dinero para pagar su internación y medicamentos. Oliver Hardy murió en 1957. Tenía 65 años.

Pocos artistas han recibido, con el paso del tiempo, tanto reconocimiento como Laurel y Hardy. Los cómicos los reconocen como una fuente ineludible. Ricky Gervais sostuvo que “todo empezó y terminó con Laurel y Hardy. Ellos ya hicieron todo lo que se podía hacer”.

Jerry Lee Lewis contrató a Stan Laurel como asesor para alguna de sus películas perfectas de los sesenta. Dick Van Dyke expresó su admiración varias veces y hasta hizo un capítulo de su serie personificando a Stan Laurel. Contó también que era tanta su admiración que a principios de los sesenta, buscó la dirección de Laurel en la guía telefónica y se presentó en su casa. El cómico veterano lo recibió y a partir de ese momento nació una amistad. Steve Martin durante años quiso filmar una biopic del dúo e interpretar él ambos papeles. Peter Sellers que no solía regalar elogios llevaba siempre encima, como un talismán, una foto firmada por Stan Oliver. Y se inspiró en él para encarnar al personaje de Desde el Jardín. Como si faltara algo para que su reconocimiento atravesara generaciones, los Beatles los pusieron en su galería de personajes admirados de la tapa de Sgt Pepper.

El dúo fue admirado por varias generaciones de cómicos. Recibió también el reconocimiento de escritores como Osvaldo Soriano, Kurt Vonnegut, Samuel Beckett y Salinger

 

Sin embargo lo más sorprendente es el reconocimiento y admiración que el dúo generó en otro rubro. No debe haber artista del humor ni de Hollywood más homenajeado por escritores que Laurel y Hardy. Samuel Beckett se inspiró en el dúo para algunas escenas de Esperando a Godot (un biógrafo sostiene que el dramaturgo y Premio Nobel soñaba con que Laurel Y Hardy interpretaran su obra). Kurt Vonnegut les dedica su libro Payasadas: “Dedicado a la memoria de Arthur Stanley Jefferson y Norvell Hardy, dos ángeles de mi tiempo”. Al principio del texto, Vonnegut sostiene que “la gracia fundamental de Laurel y Hardy consiste en que hacían todo lo posible en cada prueba. Nunca dejaron de lidiar de buena fe con sus respectivos destinos y eso les hacía tremendamente divertidos y adorables”. Osvaldo Soriano, además de escribir un perfil de ellos en el suplemento cultural de La Opinión, los eligió para protagonizar su primera novela Triste, Solitario y Final.

Pero volvamos a la muerte de Oliver Hardy. En unas cartas subastadas por uno de sus sobrinos en 2015, Stan Laurel escribió: “Se murió mi querido compañero. Para mí fue un tremendo shock a pesar de que sabía cuál era su condición. Lo extraño terriblemente. No puedo asumir que se haya ido. Me siento totalmente perdido”.

Stan Laurel no volvió a actuar ni a presentarse en público. Un anticipo lo había dado en esa última gira por Inglaterra. Tuvieron que suspenderla con varias fechas pendientes por la salud de Hardy. El productor dijo que podían continuar sólo con Laurel, que el público estaría encantado. Stan ni siquiera consideró la oferta. El espectáculo era con ellos dos o no era.

Tras la muerte de su compañero no quiso volver a actuar. Se retiró definitivamente. Ni siquiera fue a recibir el Oscar honorario que la Academia le otorgó. Eran tiempos de revalorización de su obra. La televisión pasaba sus cortos cotidianamente. Habían pasado más de tres décadas y seguían manteniendo la eficacia y sorprendiendo. El público se reía como siempre.

Buster Keaton dijo que el mayor genio cómico del cine cómico no fue él ni Charlie Chaplin, sino Stan Laurel

 

Las ofertas llegaban a su casa cotidianamente y Stan Laurel, que no tenía una posición económica holgada (la vida bohemia del artista y demasiados divorcios), las rechazaba. “Al menos tengo una casa, Oliver ni siquiera tuvo eso al final”, dijo. Subirse a un escenario, pararse ante una cámara o provocar risas era para él un trabajo que sólo podía hacer con su amigo. Consideraba una traición intentar hacerlo solo.

Stan Laurel, el amigo que vivió su última década rehuyendo los halagos y las ofertas en honor a su amigo, extrañando a su amigo, también fue ganado por los problemas de salud. Un corazón débil y complicaciones con la próstata. Murió en Hollywood en 1965 a los 74 años. En su entierro, Buster Keaton tomó la palabra: “Charles Chaplin no fue el más gracioso; tampoco lo fui yo. El más gracioso de todos fue, sin duda, este hombre: Stan Laurel”.

Su carrera se había acabado una década antes, junto a la de su compañero de toda la vida. Si alguna vez tuvieron éxito, pensaba, era por lo que se producía mágicamente cuando estaban juntos. Algo que carecía de explicación técnica: “Tratar de explicar por qué funciona la comedia es cómo tratar de entender cómo funciona el mejor reloj del mundo. Si usted lo desarma, no va a poder poner las piezas de nuevo, ya no lo va a poder armar. No me pregunte por qué la gente se ríe. No tengo idea. Y eso es lo lindo. Es el gran misterio”, dijo Stan Laurel.

Tal vez la mejor explicación la brindó Salinger. El autor de El Guardián entre el Centeno dijo que Laurel y Hardy eran “dos artistas enviados por el cielo a los hombres”.