Víctor Jiménez Ures: No romanticemos la pobreza

Ser pobre no es bonito, ni chévere, ni sabroso, mucho menos admirable. A los pobres no les gusta ser pobres, más bien quieren comprarse una casa en una zona bonita, cambiar de entorno, comprar un carro, estudiar, ganar un buen salario o ejercer una actividad comercial prospera y, sobre todo, quieren dejar de ser pobres. La pobreza no es romántica, y tampoco es motivo de orgullo, no confundamos las cosas. De lo que sí debemos estar orgullosos es de la honradez, la dignidad, la ética, el esfuerzo diario, la superación personal, y el sacrificio por los seres queridos, entre otras muchas actitudes loables de los venezolanos.

El reto se nos presenta cuando la pobreza es una consecuencia inmediata de, por ejemplo, la honradez y la ética, cuestión muy normal en Venezuela. Sucede que lo anterior es aplicable a la inversa: no hay nada de malo en tener riquezas y procurarse una buena vida, siempre y cuando el dinero haya sido obtenido honradamente, con trabajo y esfuerzo… o por lo menos heredado. Tener plata (como se dice normalmente) no debería ser motivo de vergüenza, a menos que el dinero venga de la corrupción o de actividades ilegales, cuestión (también), muy normal en Venezuela. Justamente esa realidad, cuando no se explica de forma correcta, es deformada por los populistas, que sacralizan la lucha de clases, imponiéndola como un concepto intrínseco a la sociedad, lo cual es una de las mentiras que más sufrimiento ha causado a la humanidad.

El pobre, debe sentirse orgulloso de hacer las cosas bien, actuando conforme a sus valores morales, y a su ética… no de seguir siendo pobre. La pobreza no es sana ni deseable, al contrario, debe tenérsele como un estado transitorio a ser superado. Es importante que la ciudadanía, sobre todo en los sectores más vulnerables, aprenda a desconfiar de quienes plantean hacerles la vida más fácil dentro del mismo barrio, sin proponerles estrategias que les permitan salir de ahí y cumplir sus anhelos, que todos los tenemos.





Sí, es verdad, hay quienes aman tanto a los pobres que los multiplican. Ya lo ha dicho varias veces el tristemente célebre Gobernador de Miranda, Héctor Rodríguez: ellos quieren que los pobres sigan siendo pobres, para aprovecharse de ellos, para jugar con sus expectativas y necesidades, para chantajearlos a cambio de dádivas vergonzosas. Pero el hecho de que muchos “políticos” piensen así, no quiere decir que esté bien, o que deba ser así.

En Venezuela actualmente podríamos decir que la Dictadura ha logrado calar hondo, y parte de nuestra población está reducida a la mínima expresión de un ser racional: Ahora las peleas son por botellones de agua. Eso, cuando menos, viene a ser el resumen poético del plan último del Chavismo: La sumisión absoluta de una población colapsada, que renuncia a su propio destino para ocuparse de sobrevivir.

Debemos admitirlo: La mácula ya existe, y hasta que los habitantes del país dejen de percibirse a sí mismos como un “Pueblo” (es decir, como una masa deforme y embrutecida); y comiencen a elevar su autopercepción, definiéndose entonces como “ciudadanos”, (apreciando su individualidad, y comprendiéndola como un derecho inalienable, pero interconectado con el resto de la sociedad) todos nuestros logros estarán en riesgo. No olvidemos que la solidez de los sistemas democráticos no se asienta en sus leyes, ni en las fuerzas armadas encargadas de protegerlas, sino en la conciencia ciudadana.

Estimados lectores, la reconstrucción de Venezuela no solo será física, sino también moral e incluso espiritual. Nuestra gente está demasiado erosionada en todos los sentidos, y eso es algo con lo que tendremos que aprender a lidiar. Maduro pasará, pero mientras haya quienes juzguen la corrupción con doble moral, diferenciando entre “los corruptos” y “mis corruptos”, los narcosobrinos seguirán multiplicándose. Mientras haya quienes regalen “ayuditas” y “carguitos” en las administraciones públicas para mantener estructuras políticas clientelares, el chavismo seguirá flotando en el ambiente. Mientras sigamos siendo complacientes y tolerantes con la nefastitud, sin atrevernos a llamar las cosas por su nombre y a señalar lo que está mal, venga de donde venga, el fantasma “del comandante”, vivirá y finalmente nos habrá vencido. Cobremos conciencia.

¡Dios bendiga a Venezuela!

@VJimenezUres