Antonio Sánchez García: Comunistas

Antonio Sánchez García: Comunistas

A @robertoampuero

Todo lo que los venezolanos pudieron haber sabido del significado del término y las consecuencias de permitirles el asalto al poder quedó escrito negro sobre blanco durante los dos gobiernos de Rómulo Betancourt. Que no hablaba de oídas: había sido a fines de los años veinte el secretario general de facto del Partido Comunista costarricense, conocía mucho más que los rudimentos teóricos del marxismo leninismo – era un intelectual apasionado, había leído las obras básicas de la teoría económica, sociológica y política de los alemanes Carlos Marx y Federico Engels y se encargó de la dirección y de la redacción prácticamente en solitario del periódico de los comunistas costarricenses – y sabía adónde llevaba el comunismo.





Y también sabía que el estalinismo no era una mera desviación perversa sino una realidad necesaria e inmanente a su esencia tiránica y gansteril, como ya lo demostrara durante sus cinco años de gobierno su inmediato predecesor y responsable máximo de Los Diez Días que Sacudieran al Mundo– como llamó John Reed el asalto al Palacio de Invierno por los bolcheviques en Octubre de 1917 – Vladimir Ilich Ulianov.

El comunismo, para quien tuviera dos dedos de frente y una mínima información de los hechos, era la religiosa ideología colectivista más devastadora, asesina y catastrófica de todas las ideologías religioso políticas de la historia. Culminación secular del absolutismo tiránico del zarismo ruso. La primera forma del ejercicio totalitario del Poder fundado por el hombre con la pretensión evangélica de reescribir la historia perfecta de la humanidad. Y la responsable, como quedaría consignado en los anales de la historia moderna, de perseguir la realización de la utopía judeo cristiana acarreando la muerte de cien millones de seres humanos. Mucho más y mucho peor que una mera ideología política: la religión más inquisitorial y homicida inventada por el hombre.

Abunda la literatura esclarecedora de los hechos, los libros negros que describen la vocación asesina del hombre auxiliado por una ideología que legitima y justifica sus instintos más bárbaros, salvajes y asesinos a ser impuestos en nombre de la liberación del espíritu y la conquista de la igualdad y la libertad total de la sufriente humanidad. Imposible descubrir una contradicción mayor entre los proclamados fines humanitarios y los concretos resultados homicidas que la que la historia del comunismo ha puesto de manifiesto. Mayor incluso y mucho más devastadora que la del nazismo hitleriano, su pendant, al que sí se le excluye la aterradora barbarie del holocausto, aparece como una sombra del terror estaliniano. Pues en rigor, detrás de la Segunda Guerra Mundial estuvo el temor al comunismo, así éste tuviera la genialidad de travestirse aceptando aliarse al combate al nazismo.

¿Por qué razón el nazismo ha podido ser erradicado del repertorio político activo de la humanidad, mientras el comunismo, que es objetivamente más destructor, continúa legitimado y activo en sociedades plenamente democráticas, aún a consciencia de que su objetivo no es otro que liquidar esa plenitud democrática?

¿Estamos ante un caso de sado masoquismo congénito?

¿Por qué el nazismo no y el comunismo sí? ¿Por qué el nazismo ha sido execrado para siempre de nuestras realidades políticas mientras sobreviven sociedades comunistas, como Corea del Norte, Cuba y Venezuela, mientras regímenes recién liberados de su nefasto yugo como China y Rusia continúan sirviéndoles de parapeto legitimador? ¿Por qué partidos comunistas que se mantienen fieles al propósito de asaltar el Poder y estatuir dictaduras totalitarias en sus países, bajo ese u otros nombres, incluso tras haber demostrado en experiencias anteriores haber llevados a sus sociedades al borde de la desintegración, como en Chile, en Uruguay, en Brasil y Argentina, en Perú, en Colombia y prácticamente en todos los países de América Latina y España, agrupados bajo el paraguas del llamado Foro de Sao Paulo, el partido Podemos y otros parapetos nominales continúan su nefasta existencia bajo la insólita protección de las respectivas constituciones y sus gobiernos democráticos?

Leo uno de los más dilacerantes testimonios de la barbarie y la inhumanidad inmanentes al comunismo soviético y a su consanguínea sombra necesaria, la otra cara de la moneda, el nazismo alemán: La Noche Quedó Atrás, del ex militante y dirigente del Partido Comunista Alemán y doble espía Jan Valtin, seudónimo literario de Richard Julius Hermann Krebs.

“El libro más terrible y sensacional que he leído en este siglo”, dijo de él el presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt. Una fascinante y aterradora descripción de los dos totalitarismos que han ensangrentado la historia europea: el ruso y el alemán. Pues Jan Valtin, luego de ser uno de los más activos y destacados dirigentes del Partido Comunista Alemán, al que sirviera desde los puertos de Bremen, Hamburgo y el Mar del Norte, sirviendo de nexo con la Tercera Internacional y la dictadura soviética, cayó en las redes de la Gestapo y para salvar su vida debió aceptar ser espía nazi.

¿Por qué, sabiendo el mundo de su naturaleza totalitaria, el comunismo no ha sido proscrito y sobrevive a pesar de las pruebas incontrarrestables de que sólo conduce a la universalización de la miseria y la devastación de los pueblos? Porque entre otras razones de naturaleza antropológica y filosófica, sin duda ninguna, su raiz se nutre del colectivismo, el pobresismo y la condena al progreso y la riqueza estatuidos como columnas del ideario cristiano originario presentes en el Sermón de la Montaña, convertido en los mandamientos hegemónicos de la cultura cristiana occidental. La riqueza es pecaminosa. El cielo está reservado a los pobres. El mundo real no es asunto de Dios. La renunciación es principio consustancial del cristianismo auténtico. Un quiebre difinitorio con el universo judaico.

Ni la riqueza, ni la prosperidad ni la libertad, ni la verdad científica ni la emancipación del hombre de sus determinaciones naturales: la igualdad y el sometimiento a los designios de Dios han sido la gran profesía del cristianismo originario, que lo vincula desde siempre, muy a su pesar, al colectivismo marxista. Que ha llegado al extremo de proclamar a Jesús como al primer comunista de la historia. Mientras que todos los valores impuestos por la reforma y el liberalismo económico y político han encontrado serias objeciones en el seno de la Iglesia, y continúan encontrándolo en la emblemática figura de Jorge Alejandro Bergoglio, el papa Francisco, que no ha trepidado en expresarle sus simpatías al tirano Fidel Castro y negárselas al presidente democrático de los Estados Unidos.

En 1930 escribió Ludwig van Mises en su obra Socialismo: “El éxito incomparable del marxismo se debe al hecho de que promete realizar los sueños y los viejos deseos de la humanidad y saciar sus resentimientos innatos. Promete el paraíso terrenal, una Jauja llena de felicidades y goces, y el regalo más apetitoso para los desheredados: el descenso de todos aquellos que son más fuertes y mejores que la multitud. Enseña como eliminar la lógica y el pensamiento, debido a que hacen ver la tontería de tales sueños de felicidad y venganza. El marxismo es la más radical de todas las reacciones contra el dominio del pensamiento científico sobre la acción y la acción, establecido por el racionalismo. Es contrario a la lógica, a la ciencia, al pensamiento. Por otro lado, su principiuo más notable es la prohibición de pensar e investigar científicamente con respecto a la organización y funcionamiento de la economía socialista.”

¿Cómo se erradica una tara que ha adquirido el rango de tara genética? ¿Cómo se combate un mal devastador disfrazado de utopía salvadora? Es el gran desafío que enfrenta nuestra dilacerada humanidad.

@sangarccs