José Aguilar Lusinchi: Sueños. El Noveno postgrado

José Aguilar Lusinchi: Sueños. El Noveno postgrado

José Aguilar Lusinchi @jaguilalusinchi

 

La punta de un alfiler sirvió para explotar las burbujas que tenía en sus pies. El ardor fue realmente intenso al derramar agua oxigenada sobre las ampollas, pero su esposa y su hija de apenas unos meses aún permanecían dormidas justo al lado de la cama. No tuvo otra opción que gritar en silencio. No es la primera vez que le ocurre.

Usó dos pares de medias en cada pie para disminuir las molestias al pisar. Aseguró bien la puerta para salir a lo mismo desde hace semanas, buscar otro trabajo puerta por puerta. Veinte mil metros cuadrados de experiencia en construcción y dos títulos de ingeniero parecían no servir de mucho sin los papeles y amigos correctos. Aun así, lo hacía a diario.





Google Maps avisó que el destino estaba a seis kilómetros y como siempre empezó a caminar. No había dinero para el pasaje y tampoco quedaba para más copias. Este esfuerzo diario había desgastado las suelas de sus zapatos y tampoco podía comprar otros. Limitadamente, se vieron obligados a preparar toda clase de comida en una arrocera. No había para comprar un sarten.

La caminata del día le recordó que el país fue elegido por la moneda que usan y lo económico del boleto. También recordó que al llegar allí ya había decenas de miles de otros venezolanos y que quizás, había llegado tarde. Pero aun así confiaba en que Panamá le brindaría las herramientas para seguir adelante. Tenía trece meses en espera y en dos horas ya había dejado otros cinco currículos.

También recordó aquel resultado de la prueba de embarazo que aceleró las decisiones. Adelantaron el viaje siete meses para prevenir cualquier sospecha en el aeropuerto. Salieron a una cancha junto a otros vecinos para vender todo aquello que no podrían llevarse. Compraron los boletos y escribieron un plan lleno de ilusiones. Un agasajo sirvió como despedida familiar, para luego vender el carro y partir. Ya llevaba ocho currículos en esa mañana.

El reproche mental sobre sus decisiones le hacía arder la cabeza y cada cuadra se hacía un reto inminente. El vaporoso clima de la ciudad le hacía sudar como nunca y aun así seguía de sitio en sitio buscando alcanzar sus sueños. Lleno de sudor se acercaba a las recepciones a entregar su hoja de vida, sin pena ni ninguna clase de vergüenza. En su morral llevaba agua y otra camisa para la tarde.

Había llegado el medio día y ya era hora de salir a su empleo del momento. Trabajaba para un call center de una operadora de telefónica del país. Su trabajo consistía en hacer cien llamadas en seis horas y ofrecer una serie de planes para líneas móviles. Nunca había trabajado en ventas y no entendía muy bien lo que hacía, pero ya no había ahorros y las necesidades aumentaban.

Las cuatro horas de caminar que hace seguidamente desde hace más de cien días y la disminución en la proporción de comida que consume desde entonces, ha hecho que pierda poco más de diez kilos. La flacidez la oculta bastante bien cuando recibe esas videollamadas desde Venezuela, pero es fuerte y no cuenta su realidad. La mentira sirve para no sucumbir ante ellos y darles la tranquilidad que merecen.

La oración es su mejor defensa para que todas esas cosas no lo contaminen con resentimiento. De camino a casa se encontró con sus chicas y al llegar envió un par de correos electrónicos para otros trabajos. Pensar que el plan era crear su propia firma de asesoría en construcción junto con su esposa, que también es ingeniero, pero el muro de choque que tiene el inmigrante es enorme.

Veintinueve metros cuadrados servían para vivir los tres. Había olvidado cuantas veces tuvieron que mudarse.

Algunas por lo costoso que se les había hecho el arriendo y otras porque ya no querían arredrarles. Cuantas horas de caminar junto a sus maletas en búsqueda de un nuevo hogar. Pero al terminar el día, siempre supo que la mañana siguiente podría ser el inicio de algo distinto.

Una llamada telefónica le despertó muy temprano. Le informaban de una entrevista en una promotora inmobiliaria para el mismo día. Salió corriendo. Las preguntas comenzaron sobre su experiencia y sus conocimientos en el campo de la ingeniería, y suspicazmente, se dirigieron sobre cómo la había pasado desde que llegó a la ciudad. Esto último, en un inglés fluido.

Casi una hora duró la entrevista. No hubo preguntas por sus papeles, quizás se intuyó la respuesta. Fue invitado a salir al pasillo y allí observó cómo minutos más tarde los demás participantes se iban. Lo llamaron a otra oficina y se le entregó el manual interno, se le mostró su cubículo y se le indicó que el día siguiente debía llegar a primera hora. Esta materia del postgrado se llama perseverancia.

Con este esfuerzo continuo alcanzó lo que se propuso y buscó soluciones a todas las dificultades que le surgieron. Logró alcanzar un valor fundamental en la vida para obtener como resultado concreto la estabilidad de su familia. Hoy puede ejercer su profesión, recuperar su peso, obtener sus papeles y aumentar espacio en su hogar. La perseverancia le hizo despertar lo mejor de él.

Ocho son los testimonios que conforman este relato. Aquel que inspiró la creación de esta materia fue el primer testimonio que recibí en mi paso por Ecuador. Un encuentro bendito bajo la presencia de Dios, en un Juan Valdez del segundo piso en el centro comercial Quicentro al norte de Quito.

En mi viaje logré observar como lo venezolanos despertaban esta cualidad con las mejores calificaciones que pueden existir. Los vi salir a sus trabajos bajo un frio terrible. Los vi viajar durante horas para llegar a sus empleos.

Los vi tener varias ocupaciones a la vez para tener más ingresos. Los vi hacerlo sin descanso. Los vi negarse a perder. He visto lo mejor de nosotros mientras perseguían sus sueños.

No podemos cambiar el pasado. No podemos cambiar la existencia de la diáspora, pero si podemos aprender de ella.

Este es y será siempre nuestro propósito.

Emigrar es un postgrado.

José Aguilar Lusinchi
joseaguilarlusinchi@yahoo.com
Instagram: jaguilarlusinchi