Héctor E. Schamis: Nobel de la Paz, sin paz

Héctor E. Schamis: Nobel de la Paz, sin paz

ThumbnailHectorESchamisSantos obtuvo el Nobel de la Paz. Según varios de sus acérrimos opositores, era todo lo que buscaba, aún a costa de la paz. Lo escuché varias veces; tal vez una exagerada afirmación pero para eso están los opositores después de todo. La paz no se formalizó, con lo cual en Oslo el comité fue cuidadoso en aclarar que fue “por sus esfuerzos”.

El Nobel de Obama inevitablemente viene a la mente. También su asombro al anunciarse su nombre, como si no lo mereciera. Tanto que para probar el puntose dedicó a intensificar el espionaje y las ejecuciones con drones.

El paralelo no es accidental. Luego del plebiscito, Santos llegó a decir que el cese del fuego terminaría el 31 de octubre. Un inesperadamente sobrio Timochenko lo llamó a la reflexión por Twitter. “@JuanManSantos anuncia que el cese al Fuego con las @FARC_EPueblo va hasta el 31 de octubre. ¿De ahí para adelante continúa la guerra?”, le dijo, razonando como quien viste corbata más que como quien lleva uniforme militar.





Las FARC están en el mejor de los mundos. Timochenko no pidió perdón en Cartagena. “Ofreció” perdón, una expresión suficientemente ambigua para dejar varias puertas abiertas. Al mismo tiempo, su mesura fuera de script confunde al establishment. Las FARC perseguían la toma del poder, lo cual requería dividir a la cohesionada elite colombiana. Hoy, por medio de la paz—o del plebiscito sobre ella—están más cerca de lograr esa división de lo que jamás estuvieron, no importa cuanta violencia usaran.

No hay más que ver la tensión en las sonrisa de Santos al encontrarse con los expresidentes Pastrana y Uribe. Era la cara de la incertidumbre post-plebiscito, pero exacerbada una vez que estuvo claro que el presidente no tenía plan B y que solo puede delegarlo en sus opositores. Santos tiene que hacer ahora lo que debió hacer desde el comienzo: homologar un gran acuerdo político que otorgue amplia legitimidad al plan de paz, única manera de que la misma dure en el tiempo.

Criticar a Uribe no oculta que su pensamiento representa a una parte significativa de la sociedad colombiana. Haber politizado el acuerdo y, peor todavía electoralizarlo como hizo Santos desde el comienzo, le quitó esa legitimidad tan necesaria. A nadie se le ocurriría aprobar una constitución con un empate, mucho menos someterla a plebiscito antes de contar con un amplio y sólido apoyo en una asamblea constituyente. Pues bien, un acuerdo con las FARC es exactamente eso.

El empate electoral es el reflejo más acabado de la división en cuestión. La diferencia habría sido similar si ganaba el “Sí”, un puñado de votos. Colombia es hoy una sociedad política empatada y, hasta ahora al menos, paralizada en su capacidad de negociación. Es el peor de los mundos para un sistema democrático. Ironía de ironías, la llave para desempatar está en manos de las FARC, el árbitro de esta serie de penaltis.

La canciller Holguín causó sorpresa, pero reconoció exactamente eso con reveladora sinceridad. Reiniciar o no las negociaciones, es decir, reabrir los acuerdos “es una decisión de las FARC”, afirmó. Y es muy cierto, porque se abre una nueva ronda de negociación de las FARC, pero ahora con los dirigentes del “No”. Las FARC tienen la llave porque depende de cuánto concedan para que ese “No” se transforme en “Sí”.

A Santos, por su parte, solo le resta esperar una resolución feliz. Él ya no tiene nada nuevo que ofrecer ni pedir, curiosamente, ya que la negociación será entre las FARC, Pastrana, Uribe y Marta Lucía Ramírez, entre otros dirigentes de la oposición. Agréguese esta otra paradoja, la del propio presidente súbitamente reducido al papel de espectador.

Pero Santos, otra vez constituido en rehén, también espera que no se tomen mucho tiempo. No se vería bien aparecer en Oslo el 10 de diciembre con el plan de paz en el limbo.

@hectorschamis