A Emma Watson, desde el otro lado por @HimiobSantome

A Emma Watson, desde el otro lado por @HimiobSantome

thumbnailgonzalohimiobMucho hay que celebrar del reciente discurso de Emma Watson ante la ONU, como Embajadora de Buena Voluntad de esa organización por los derechos de las mujeres. Sin embargo las razones para ello no son, al menos en mi criterio, las que muchas feministas han destacado en estos últimos días. Creo que en sus palabras hay mucho más que una simple proclamación a favor de los derechos de las mujeres. También en su discurso se toca como parte esencial el papel que debemos jugar los hombres en esta importante lucha.

Los hombres debemos ser parte activa en estos debates, y por eso destaco que no es, sin embargo, el de Emma un discurso impecable. Sí uno muy sentido y lleno de verdades, pero adolece de algunas fallas que creo oportuno destacar, porque en ellas podemos encontrar claves muy útiles que nos permitirán comprender por qué, como bien lo destacó Emma, la igualdad de oportunidades y trato entre los hombres y las mujeres, en todos los niveles, se ha convertido en una tarea tan difícil, al punto de que, como ella bien lo apunta, no existe país en el mundo en el que la igualdad de géneros sea hoy una completa realidad.

Y también (espero no hacerme blanco, al escribir esto, de inmediatas furias fanáticas) por qué son las mismas feministas radicales las que conspiran, a veces, contra los derechos de las mujeres de las que se proclaman defensoras.





Lo primero que me llamó la atención de su sincero discurso, y que constituye la falla esencial que antes apuntaba, una que hay que abordar desprovistos de prejuicios y de fanatismos, fue su aseveración inicial, que remata además con una demoledora pregunta: “Mis investigaciones han mostrado que el feminismo se ha convertido en una palabra poco popular. Las mujeres están eligiendo no ser identificadas como feministas. Aparentemente, esa expresión es percibida como demasiado fuerte, muy agresiva, aisladora, anti-hombre, e incluso poco atractiva ¿Por qué esta palabra se ha hecho tan incómoda?”.

El defecto de su discurso es que luego de formulada esta inquietante pregunta, Emma no la responde. En otras palabras, Emma da cuenta de una realidad que existe, que es, pero no profundiza sobre sus causas, lo cual hubiera sido muy provechoso y esclarecedor. Es importantísimo trabajar sobre este tema.

Reconozco sin medias tintas la verdad de la discriminación, y del maltrato, por motivos de género; males que se sufren sobre todo en entornos socio-culturales en los que el machismo ancestral es responsable de gravísimos e inhumanos tratos hacia las mujeres. Pero el problema actual es mucho más denso, mucho más amplio, y hay variables sobre las que todos callan que también hay que abordar.

En nuestro país, en 1998, fue promulgada la Ley sobre Violencia Contra la Mujer y la Familia. En esta, pese a que su título pueda sugerir lo contrario, se abordaba de manera general el tema de la violencia doméstica, partiendo de la base de una realidad que es incuestionable: Este tipo de violencia puede ser sufrida por cualquier ser humano, independientemente de si es hombre o mujer. De la misma manera en la que un hombre puede ser capaz tanto de la más absoluta bondad, como de la más abyecta maldad, una mujer puede actuar también entre esos dos extremos. En otras palabras, en dicha ley, con todo y algunos defectos perversos que tenía, se asumía sin cortapisas la igualdad, aunque acertadamente se destacaba que más allá de las declaraciones formales, había que reconocer la realidad de la violencia, de diversos tipos además, de género.

Sin embargo, de la mano de las feministas más radicales, esa ley fue derogada después, en 2007, por la “Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia”, que de un plumazo excluyó a los hombres como posibles destinatarios de la protección legal especial (contra la violencia doméstica, por ejemplo) y, lo que es más grave, ubicó a las mujeres, formalmente y desde la propia institucionalidad, en un plano de inferioridad frente al hombre, lo cual además sirvió para justificar toda una serie de normas, francamente discriminatorias e inconstitucionales, dirigidas a protegerlas no como seres humanos con iguales derechos y deberes, sino como personas “disminuidas” que por su especial “debilidad” merecían una “protección particular”.

Nótese que bajo esta concepción autoexcluyente, la igualdad entre los géneros quedó formal y absolutamente desconocida, y lo que es peor, que se asumió a las destinatarias de la protección legal especial como personas en minusvalía, dignas de una protección legal “distinta” y “especial”, aunque la realidad diaria nos demuestre que las mujeres son tan o más capaces que los hombres en todas las áreas del desempeño humano. Es el resultado de haber asumido la lucha por los derechos de las mujeres con la radicalidad del fanatismo, sin tomar en cuenta que uno de los presupuestos básicos de la igualdad es tratar, a todos los vinculados en tal relación, de la misma manera, brindándoles las mismas oportunidades y reconociéndoles los mismos derechos y deberes. Las feministas radicales, desde el punto de vista legal, forzaron entonces a las mujeres a verse como sujetos inferiores, o lo que es lo mismo, a asumirse como “desiguales”, cuando de lo que se trataba era de lograr la igualdad de trato y de consideración entre ellas y los hombres. Se convirtieron así estas feministas en las más efectivas cómplices del machismo imperante.

Esa ley además, merced la evidente desigualdad de trato institucional que en las fiscalías y tribunales especiales se le impone a los hombres, y dada la escasa posibilidad de ejercer realmente el derecho a la defensa de los acusados varones, sobre todo en los primeros momentos de la investigación, ha servido (cualquiera que trabaje la materia puede dar fe de ello) para que se materialicen muy graves abusos y excesos que, las más de las veces, tienen como víctimas directas no solo a los hombres, sino además a los hijos de esas parejas que, por las razones que sea, entran en conflicto y deciden continuar sus caminos por separado. Que un hombre te diga que ha sido acusado, por ejemplo, por “violencia psicológica” por su expareja, muchas veces sobre falsos supuestos, solo porque ello le forzará a aceptar condiciones de divorcio o de separación que de otra manera no tendría que aceptar, privándole incluso a veces y por años de la oportunidad de ver crecer a sus hijos, equivale en nuestra nación a traspasar las puertas de un infierno en las que no queda más, como decía Dante, que “perder toda esperanza”.

Evidentemente, no todos los casos son así, pero sí hay muchos casos, demasiados, como éstos. Por eso, Emma, entre otras razones, es que el feminismo, especialmente el feminismo radical, se ha vuelto tan impopular. Para lograr la verdadera igualdad de género, debemos ocuparnos también de estos temas. Debemos, Emma, responder también y sin miedo la pregunta que con tanto tino formulaste al inicio de tu discurso.

Gonzalo Himiob Santomé